La misa en latín, celebrada de espaldas a los fieles y según el misal de 1962, regresa al corazón del Vaticano tras las restricciones del papa Francisco
El rito tridentino vuelve al altar de San Pedro: tradición, controversia y el gesto aperturista de León XIV
La misa en latín, celebrada de espaldas a los fieles y según el misal de 1962, regresa al corazón del Vaticano tras las restricciones del papa Francisco
La basílica de San Pedro del Vaticano fue escenario este sábado de un hecho simbólico: la vuelta de la misa tridentina -la forma tradicional de la liturgia católica en latín- a uno de sus grandes altares. La celebración, presidida por el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, líder del sector más conservador del catolicismo, marca un gesto de apertura del nuevo papa León XIV hacia los fieles tradicionalistas, tras los años de limitaciones decretadas por su predecesor, Francisco.
La misa tridentina, también conocida como ¡usus antiquior¡ o misa según el Misal de San Pío V, es el rito que la Iglesia católica utilizó de manera casi inalterada desde el Concilio de Trento (1545–1563) hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II en 1965.
En ella, el sacerdote celebra de espaldas a los fieles -mirando hacia el altar y el oriente litúrgico-, toda la ceremonia se realiza en latín, y el ambiente se caracteriza por el silencio, la solemnidad y el simbolismo ritual. El contacto con los fieles es mínimo y gran parte de la misa transcurre en voz baja.
El Concilio Vaticano II impulsó una reforma que dio origen al rito moderno u 'ordinario', promulgado por el papa Pablo VI, que introdujo el uso de las lenguas vernáculas (como el español o el italiano) y una mayor participación de la comunidad.
De la apertura de Benedicto XVI a las restricciones de Francisco
En 2007, el papa Benedicto XVI publicó el documento Summorum Pontificum, que reconocía la misa tridentina como una forma "extraordinaria" del rito romano, permitiendo su celebración con mayor libertad. Su intención era reconciliar a los católicos tradicionalistas con Roma y preservar una parte valiosa del patrimonio litúrgico.
Sin embargo, en 2021, Francisco restringió severamente su uso mediante la carta apostólica Traditionis custodes, argumentando que la multiplicidad de ritos estaba generando divisiones internas y posturas de rechazo al Concilio Vaticano II. Desde entonces, las misas tridentinas solo podían celebrarse con autorización expresa de los obispos, y en el Vaticano quedaron relegadas a pequeñas capillas, fuera de los grandes altares.
León XIV, signo de reconciliación
La celebración de este sábado, autorizada por León XIV, supone un cambio de tono en la relación entre Roma y los grupos tradicionalistas, como el movimiento Popolo Summorum Pontificum, organizador de la peregrinación que reunió a fieles de todo el mundo.
La eucaristía tuvo lugar en el Altar de la Cátedra, el segundo más importante de la basílica de San Pedro, un lugar reservado históricamente para las grandes celebraciones. La misa fue oficiada íntegramente en latín y siguiendo el rito preconciliar, con el ceremonial y las vestiduras típicas del siglo XVI.
El gesto del pontífice fue recibido con entusiasmo por los tradicionalistas. Christian Marquant, coordinador del grupo, agradeció al Papa "su reconocimiento de las santas costumbres espirituales y litúrgicas" y su apertura al diálogo.
León XIV, que ya había abordado esta cuestión en su reciente entrevista para el libro León XIV: ciudadano del mundo, misionero del siglo XXI, considera que los conflictos en torno a la liturgia son "un problema" cuando la misa se convierte en un instrumento político. Su intención, dijo, es promover una Iglesia "más unida en la diversidad". La imagen del cardenal reformista Matteo Zuppi, colaborador cercano de Francisco, saludando a Burke tras la misa tridentina, fue interpretada como un signo de distensión entre dos sensibilidades que durante años han estado enfrentadas.
Con la misa tridentina de nuevo en el corazón del Vaticano, la Iglesia parece abrir una puerta al diálogo entre tradición y modernidad, en un intento por sanar una fractura que, más allá de lo litúrgico, refleja las tensiones internas de la fe católica en el siglo XXI.
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