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Juliano II de Médici ante el emperador Adriano
Por Eduardo Blázquez Mateos-URJC
Juliano II de Médici (1479-1516), hijo de Lorenzo El Magnífico y Clarisa Orsini, se viste del dios Júpiter para unificar la vida activa y la contemplativa y, desde la acción neoplatónica, impregna de dinamismo la dialéctica del día y de la noche para elevar las alegorías de Adriano.
¡Giorno/Notte!
Estoy escribiendo un relato sobre Giuliano, humanista de gran belleza en su idealización; en la escultura retrato, elevado en su ideal, en las manos de Miguel Ángel, eclipsa. En el retrato de Rafael, Giuliano, inteligente y afable, hipnotiza desde la sabiduría de una mirada esquiva.
La maestría de Poliziano, determinó su sensibilidad por la poesía en el dibujo, por la filosofía en el color. Aprovechó las lecciones de Miguel Ángel para realizar dibujos y bocetos encarnados en rostros épicos, devotos desnudos de simbolismo solar que penetraron en su mirada en perspectiva oblicua.
En su madurez, Pietro Bembo le formó dentro de una singular sensibilidad por la belleza véneta. Castiglione veía a un caballero misterioso, carismático.
Mientras Giuliano camina por las calles de Florencia, las miradas de los paseantes descubrían la elegancia elevada del bello caballero real.
La unión de Giuliano y Leonardo se consolidó en Roma, en el marco del Belvedere, los artistas hablaron de las almas sublimadas en las aguas de Roma y Venecia, de Parma y de Venecia.
En el retrato de Rafael, la visión del Castel Sant'Angelo, mausoleo de Adriano, se nos advierte de la pasión de Giuliano por el humanismo militar; al retirar la tela verde, se recorre la circularidad rematada por cipreses pétreos en honor al emperador. En el rostro de Giuliano vemos a Adriano.
Por un adarve ondulante entramos en la fortaleza del amor, los firmes volúmenes permiten ver parajes con ruinas sublimadas desde la clave científica. La perspectiva aérea contrasta con el dibujo del vestuario, Florencia y Venecia se funden.
El amor platónico alimentó el alma del caballero errante, cortesano florentino retratado por el bello Rafael, que muestra el poder del dibujo firme frente a las vaporosas atmósferas de la ciudad de Roma; desde el castillo mausoleo se nos advierte del simbolismo humanista de los militares sensibles.
El color rojo nos alerta de las pasiones de Giuliano, paradigma de los variados matices del Amor alegorizado en sus vivencias venecianas de la mano de Bembo.
Asombroso misterio en el rostro con nariz de cíclope.
Las calidades de los tejidos son tratadas con el detallismo de un orfebre florentino, ante lo pétreo, el paisaje descubre la asombrosa mentalidad de Giuliano, nuevo Júpiter que se ilumina con la luz de la meditación del pintor-maestro de Giulio Romano.
El contenido del cuadro, su iconografía, se recrea en la serenidad luminosa del retratado que, al tiempo, enfatiza el misterio divergente de Giuliano que lleva, en la mano sfumada, un manuscrito del boceto de la alegoría de la Noche.
Se trata de un boceto de una escultura non-finito.
Entre dos planetas, taciturno, Giuliano se asoma a la ventana del castillo-mausoleo. Advertimos la masculinidad de la escultura del Día, frente a la fertilidad de la alegoría de la Noche.
La Noche es un fertilizante bajo los puentes de Florencia, el caballero con armadura de terciopelo busca el trono de los dioses acuáticos. Majestuoso instante en el embarcadero del Arno, río conceptualizado por las aguas de los Apeninos.
Bajo el Ponte Vecchio, se escucha la oquedad de la escultura de Atlas de Miguel Ángel; el rastro primitivo de las pisadas de Giuliano se entrecruza con las huellas de arena visualizadas por la antorcha de un dios marítimo.
Las alas de la barca se cubrían con pétalos de Flora, Giuliano está velado por Júpiter, al quitarse la venda, descubre una imagen construida por los platonoci, entre las tinieblas, advierte la energía celeste de un cuerpo con armadura, simulacro de la beatitud con espada-espejo que altera y enaltece a los amantes nocturnos, lazo de unión ante el éxtasis.
¿Qué relaciones advirtió Giuliano? ¿Conoció el amor irracional?
¿Se pueden abandonar los pensamientos poéticos de Poliziano para nadar con Pietro Bembo?
En el embarcadero íntimo, Giuliano quedará perturbado por la fisicidad del cuerpo desnudo en combate; con inteligencia, bebe del agua celeste del Arno. El hombre vestido de árbol, que expande las aguas del cántaro dorado de un combate erótico veneciano, marca un diálogo musical abstraído por Bembo para bañar de color rosa las aguas florentinas de Giuliano que, ausente y activo, se baña en el Neoplatonismo para besar la bella armadura del Río.
¿Cómo se esculpen las Armas del Amor Eterno?
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