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Burgos y Nueva York: danza y sueños que cruzan continentes
En el corazón de Burgos late un proyecto que durante más de dos décadas ha tejido puentes invisibles entre culturas, artistas y continentes.
El Certamen Internacional de Coreografía Burgos-Nueva York, no es simplemente un certamen: es una plataforma viva donde la danza se convierte en lenguaje universal, donde cada gesto cuenta historias de emociones, conflictos, amores y pérdidas, y donde la ciudad se transforma en un escenario que abraza al mundo entero.
Alberto Estébanez, director del certamen, describe la esencia de este proyecto con palabras que transportan: "La danza es una excusa, un medio, para romper las pieles, las religiones, las políticas. No hace falta hablar, solo hace falta bailar". Estas palabras no son retórica; son la columna vertebral de un certamen que nació en 2002, pero cuya semilla se plantó mucho antes, en la conexión que Estébanez encontró con Kazuko Hirabayashi, una de las figuras más influyentes en la danza americana del siglo XX, directora en la compañía de Martha Graham y profesora en Juilliard, la cuna de las artes escénicas.
Kazuko descubrió Burgos y su arraigo en la lengua y cultura castellana la cautivó. Ese enamoramiento fue el catalizador de un sueño compartido. Alberto recuerda cómo juntos, en escenarios de ambos continentes, fueron tejiendo la idea de un certamen que permitiera a los coreógrafos de todo el mundo mostrar su visión del movimiento y la coreografía del siglo XXI. "Ella me dejó en 2016, pero su legado queda presente", dice Alberto, con la voz cargada de emoción. Cada edición del CICBUNY lleva consigo la impronta de Kazuko: su disciplina, su generosidad y su deseo de que los bailarines tuvieran acceso a oportunidades que de otra forma serían imposibles.
Desde sus inicios, el certamen ha evolucionado sin cesar. Lo que empezó con unas cincuenta propuestas nacionales se ha transformado en una competencia de más de 300 trabajos, con artistas de más de 75 países. "Al principio eran casi todos españoles, ahora la mayoría proviene de cualquier rincón del mundo. Esto refleja no solo la evolución de la danza, sino el espíritu abierto y universal que queremos mantener", explica Alberto.
El CICBUNY no es solo un certamen: es un universo de experiencias. La ciudad se convierte en escenario con murales que dialogan con el movimiento, la competición 'Bailando con Piedras' que surge a los pies de la catedral, y la sección 'Danza en el Camino', donde los coreógrafos se inspiran en leyendas, paisajes y gentes del Camino de Santiago. Obras de Taiwán, Europa o Sudamérica se funden con la historia y la geografía, y el público se convierte en testigo y partícipe de un diálogo entre la danza y la vida.
Alberto recuerda con cariño los momentos más decisivos del certamen, los retos que enfrentó al iniciar esta aventura, la incredulidad de quienes veían imposible que alguien pudiera unir continentes a través de la danza. "Tuve que apostar mi hacienda personal para hacer la primera edición, pero creía en esta idea. Cuando el ministerio nos reconoció, supe que estábamos sembrando algo importante". Esa valentía inicial se traduce hoy en un certamen con 65.000 euros en premios y, sobre todo, con un impacto intangible: abrir puertas, crear oportunidades, inspirar a jóvenes talentos y consolidar carreras que, de otra manera, podrían haber quedado en el anonimato.
El certamen ha sabido equilibrar tradición y riesgo, consolidando un diálogo intergeneracional entre coreógrafos emergentes y figuras ya reconocidas. "Hemos tenido coreógrafos consolidados que vienen aquí porque quieren mostrar algo a los jóvenes. Esa generosidad es otra seña de identidad de nuestro certamen". La convivencia entre talento novel y experimentado se traduce en un flujo constante de energía, creatividad y aprendizaje.
Cada mes de julio, Burgos se transforma. Sus calles, plazas y rincones se llenan de movimiento, colores y emociones. "Nos hemos convertido en escaparate mundial de la danza. Artistas de todos los continentes ven Burgos como un lugar donde pueden mostrar su obra y conectar con el público", afirma Alberto. Y lo hace con la humildad que caracteriza a alguien que sabe que la danza exige entrega total: cuerpos quebrados por lesiones, horas interminables de ensayo, sacrificio y pasión. "Cada espectáculo deja una parte de ti mismo. Esto no se ve, pero es la esencia de lo que hacemos", confiesa.
El CICBUNY no solo representa a la ciudad y al certamen. Es también un acto de justicia hacia los jóvenes, la generación que debe tomar el relevo. Alberto subraya la necesidad de crear compañías jóvenes que sirvan de puente entre la formación académica y la escena profesional, para que los talentos emergentes no se vean obligados a abandonar su pasión. Este certamen, con su estructura, premios y residencias, ofrece precisamente eso: oportunidades, reconocimiento y la posibilidad de ser parte de un legado que trasciende geografías.
El impacto de Burgos-Nueva York se siente también en Castilla y León, donde las compañías locales encuentran un modelo de inspiración y un espacio de colaboración. Alberto, como presidente de Artesa, cree firmemente en esa simbiosis: "Nuestros jóvenes deben experimentar, ver espectáculos, trabajar con maestros y coreógrafos consolidados. Esa es la riqueza de un certamen como el nuestro".
Y mientras la ciudad se prepara para una nueva edición, con la mirada puesta en la consolidación de su candidatura como capital europea de la cultura en 2031, el espíritu del certamen sigue intacto: abrir puertas, derribar fronteras, y sobre todo, bailar. Porque, en palabras de Alberto, "las emociones por las que uno baila no tienen que ser bellas para todos. A veces son duras, a veces difíciles, pero así es la danza y así es la vida".
Perfil de los creadores del Burgos&Nueva York
Alberto Estébanez es la brújula del CICBUNY, un director que ha sabido combinar pasión, disciplina y visión internacional. Desde su primer impulso en 2002, ha convertido a Burgos en un epicentro global de la danza, un lugar donde los coreógrafos emergentes y consolidados encuentran un escenario y un público atento. Estébanez no es solo organizador: es mentor, impulsor de carreras, puente entre continentes. Con una dedicación que roza la obsesión, su mirada siempre está puesta en la conexión entre el talento y la oportunidad. Ha sabido construir un certamen que equilibra tradición y riesgo, que respeta la herencia de quienes le precedieron y, al mismo tiempo, desafía los límites de la coreografía contemporánea.
Kazuko Hirabayashi fue su faro, su inspiración. Directora en la compañía de Martha Graham y profesora en Juilliard, su influencia en la danza americana del siglo XX es incuestionable. Kazuko encontró en Burgos un refugio, un lugar al que se sintió profundamente vinculada por la lengua y la cultura. Junto a Alberto, soñó con un certamen que uniera continentes y ofreciera a los artistas una plataforma de expresión y reconocimiento. Generosa hasta la médula, financió proyectos y becas, siempre con el objetivo de que los bailarines pudieran mostrar su trabajo y aprender. Su legado vive en cada edición del CICBUNY: en los espacios de la ciudad, en la mirada de los jóvenes artistas, en la pasión que define a Alberto y a todos los que forman parte de este proyecto.
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