
Menudo Panorama
Hasél, el 23-F y los violentos niñatos del siglo XXI

Decir "hola María, que guapa estás" puede ser delito de acoso, pero si coges el micro con la visera puesta al revés y rapeas "muérete puta zorra come pollas" se trata de libertad de expresión. España hoy.
Así piensan un montonazo de paisanos (y paisanas) radicales, anticapitalistas, antisistema, renegados del actual Estado, presuntos revolucionarios de no se sabe bien qué, en numerosos casos chavales y jóvenes a los que les costaría un huevo hacer la o con un canuto y, en otros, individuos acomodados en la poltrona política, alguno de ellos incluso en el mismísimo Gobierno.
El 23 de febrero de 1981 la inmensa mayoría de los mencionados ni siquiera habían nacido o eran unos críos. Conocidas ideologías extremas, el uso partidista descarado de televisiones públicas autonómicas y los diferentes sistemas educativos universitarios que hemos parido en este país en los últimos cuarenta años han creado un caldo de cultivo en el que un altísimo porcentaje de jóvenes no tienen ni idea de las fechorías de ETA o de quién era Tejero. Ni les interesa.
En España, en vez de ensalzar a los jóvenes investigadores, artistas o emprendedores, por citar algún ejemplo, nos dedicamos ahora a hacer famoso al tal Pablo Hasél (en realidad, Pablo Ribadulla Duró), un tipo al que algunos vídeos grabados en la Universidad de Lérida muestran con su auténtico carácter de matón, un violento, un macarra de los de antes, salvo que éste no es un currante con callos en las manos, él vive del cante, ha pasado por la universidad y es hijo de un destacado empresario catalán.
Hace 40 años ETA asesinaba a ochenta personas al año, en aquel entonces la inmensa mayoría eran militares, policías y guardas civiles, cuando los españoles simplemente intentábamos salir adelante, cuando el actual estado del bienestar era entonces una mera aspiración, casi una quimera. Ni tan siquiera pertenecíamos a la Unión Europea. Sin embargo, hemos conseguido construir un país moderno y desarrollado, donde en general se vive medianamente bien (ahora menos por culpa del Covid).
Y es ahora cuando aparecen por las ciudades un puñado amplio de jóvenes negacionistas de un sistema que tan buena vida les ha proporcionado. Casi todos han pasado o pasarán por la universidad, cosa que seguramente no pudieron hacer sus padres o abuelos... Ellos han elegido al activista Hasél como líder espiritual de la lucha en favor de la libertad de expresión, un ¿cantante? condenado en los tribunales por apología del terrorismo, injurias y agresión.
La libertad de expresión es un asunto demasiado serio como para que teoricen sobre ella gentes que se dedican, como mínimo, a apoyar a quienes destrozan escaparates o mobiliario urbano y lanzan piedras a la policía. Seres que odian al que no piensa igual, capaces de agredir por ideología, símbolos o banderas. Niñatos del siglo XXI con móvil y ordenador última generación, que han viajado más que todos sus antepasados juntos. Son ignorantes, agresivos y manifiestamente violentos y/o defensores de la violencia.
Cuenta su abogada que el valiente Hasél no quiere compartir celda, ¿qué eso de tener que aguantar a un desconocido en prisión? También se queja el susodicho de que el patio de la cárcel es excesivamente pequeño, de la comida... Eso es porque no ha conocido las excelentes condiciones de vida en los talegos de esos países comunistas que tanto defiende, donde por supuesto no hay presos políticos como él se autodeclara.
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