El Brindis
Un brindis por “la Gata Flora”, de Raúl Calle viticultor. Sierra de Gredos
El tiempo pasa a grandes zancadas y estamos otra vez organizando una gran cata, un centenar de personas dispuestas a valorar en una hermosa copa todo el trabajo de una año entero.
Pasaron los meses de primavera con el renacer del año, abonando, mimando la tierra, acariciándola, sintiendo el reposo tranquilizador de la planta para alimentarse del incipiente sol que dará paso al verano. Entre el calor sofocante de agosto y el cuidado del viñedo, su intensa vigilancia para evitar las plagas, limpiar con mimo, abonarla, sentirla, llegamos al otoño y con él, a vendimiar.
Y vuelan los días cortos e intensos, sus noches pasan sin darnos tregua, y el caldo nace venturoso saludando a la vida con todas sus ganas, chispeante, vibrante, tranquilo, haciendo de la uva caldo de dioses. Te veo, mi gatita, sujetando con firmeza tu violín, colocando grácil el arco para hacer sonar un RE que inicia el Allegro molto vivace de la última parte de “Aires Gitanos”, del genial Sarasate, esa que nos enamoró un día. Y respiro el aroma que desprendes, Gata Flora, y noto blandirse las uvas bajo mis pies, haciendo vida de la vida, arte del fruto de la vid, mientras coloco, en hilera de tres, las transparentes copas borgoñonas.
Todo está a punto. Manteles blancos de fino hilo. Copas que desfilan en silencio, perturbadas en ocasión por un tilín sutil al abrazarse. Unas botellas criadas con el más profundo amor esperando silenciosas nuestra llegada. Y al fondo, apoyado sobre un escaño, descansa el violín que bailará tu son Cañí al atardecer.
Ya oigo la música sonar, como aquel 8 de agosto en el salón. Mi copa, tu mano y el violín, la orquesta acompañándonos en silencio, el aroma a madera vieja, a fruta roja que chisporrotea con el pizzicato descendente haciendo vibrar al violín y a mis sentidos e invitándonos a bailar. Las hierbas salvajes de la montaña abulense aparecen luminosas al ritmo de ese rubato arrancado a traición como tus besos, redondos, amables y frescos.
Y una gota generosa recorre mis labios tintándolos de ti.
Soneto del vino
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
Jorge Luis Borges
En granas apagados gotea la copa tras un primer sorbo, el que más se disfruta, con sabor a campo, a tierra húmeda, a jaras, piorno, tomillo. Aparecen los minerales abiertos al gusto, introduciéndose en mi a cada trago, salinos, frescos, embriagadores y mezclados con los aromas a madera, a roble, pino y alcornoque me despiertan, pellizcándome el alma como ese picado descendente que gruñes a ráfagas tras ser frotado. Y vuelve con más energía a cantar la orquesta y Sarasate culmina su Aire Gitano agitándome el alma.
“Llenáronse de regocijo los pechos porque se llenaron las tazas de generosos vinos que, cuando se trasiegan por la mar, de un cabo a otro, no hay néctar que se les iguale”.
Miguel de Cervantes Saavedra
Y lleno ahora las copas, milimétricamente exactas, limpias de polvo y ansia, enseñándome, mostrándome así, más que a la cara, lo que soy, en forma de vino tinto, en forma de garnacha de altura, criada al albur de nuestra sierra. Y noto temblar mis manos en cada copa, contengo la respiración para no enturbiar de miedo el caldo, y siento desprenderme de mi esencia en cada tiraje, dejar un poco de mí en cada botella que, ahora vacía, me abandona.
Acompañan mis caldos los guisos de los montañeros castellanos, patatas hechas a fuego lento y aliñadas con cariño, legumbres caldosas que disfrutar con la familia, carnes de nuestras terneras criadas en los pastos de la Sierra de Gredos. Lo huelo en el pensamiento, con ese aroma a la casa de mi infancia en los domingos de invierno. Me gusta tener en las manos castañas asadas de mi tierra, calientes, desprendiéndose al frote de su pelaje, para ensuciar de pieles mis recuerdos.
Has cogido un pequeño libro entre las manos, lo ojeas sin interés, ensimismada, absorta en tu pensamiento. Te lo cierro en silencio, “Azalea Roja” de Anchee Min, y puedo notar como el corazón te late con fuerza, a gran velocidad, mientras silenciosas tus manos tiemblan.
La música deja de sonar. El último sorbo ha sido dejado en el olvido. Mi gata flora, arrinconada en silencio sonríe apagada, absorta por tanta emoción. Comienza, con el renacer de la primavera, otra vez tú. Más amable, más cuidada, más afrutada…. Más tú. Brindo por ello.
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