El Brindis
Un brindis con Au Co, noviembre de 2017
Los ojos vacíos de Kim Sinh no pueden ver las notas que magníficamente ha compuesto su pupilo Loa, pero sabe cada compás y lo interpreta con una maestría inigualable.
La mano derecha rasga su Dan-day, una especie de guitarra cuadrada que aún pareciera ser un simple madero pero que, tras las manos maestras del carpintero, son el más bello de los instrumentos. La izquierda, ya deformada por los años y la artrosis, marca a modo de traste el sonido que cada cuerda formará como ondas vibrantes para ensalzar el Ca-tru tan bellamente interpretado por Nainaui que recuerda la antiquísima historia del Hada Au Co.
Soñadora Au Co, diosa hada joven, madre de los cien Bach Viet de la civilización que se extiende desde el lejano Vietnam, vive en las montañas y viaja curando y haciendo el bien porque su corazón es comprensivo y su sabiduría inmensa. Conoce el poder de las plantas, sabe sanar los males del cuerpo pero también los del alma, y fortalece al espíritu con vino de arroz en el que introduce una serpiente para que el poder de su veneno haga fuerte al hombre.
Au Co se enamoró del rey dragón Lac Long Quan un día de otoño, tras salvarla de las garras de un maléfico monstruo. De este amor surgió una bolsa con cien huevos de la que saldrán cien niños llamados a repoblar la tierra, cuidar de la naturaleza y multiplicarse.
A pesar de su amor incondicional, tuvieron que separarse, él añoraba el mar, ella sus montañas, así que Hada y Dragón tomaron caminos distintos, aún así se amaban en las noches solitarias de los días lluviosos del monzón. Se cantaban en silencio, muy bajito, para que el susurro de su voz recorriera las colinas, bajara por los frondosos valles y llegase, como música de ángeles a los oídos del amado.
Pero la soledad era inmensa, muy dura, muy larga. Y Lac Long Quan encontró consuelo en el vino de serpiente que ella le había enseñado a apreciar por su antigüedad y por su valor medicinal. E hizo de la medicina su adicción, su droga, su consuelo.
“¡Mot! ¡Hai! ¡Ba! ¡Do!” (¡Un!, ¡dos!, ¡tres!, ¡bebe!)- canta con cada trago, haciendo un ritual sagrado de esa mala costumbre adquirida por sus miedos, su soledad y su vació. Y lo que al principio son cánticos de guerrero se vuelven aullidos de dolor, vacíos.
Día y noche acompañaba a su Phó, a una sopa de verduras y pollo con una botella del elixir mágico, de olor a limón y hierba, con sabor a jengibre y miel, y la sobremesa la sigue mojando con el líquido blanquecino que se termina cuando come la serpiente de su interior, empapada en alcohol, blanda de tiempo y ansias. Y Lac Long Quan riega todo su tiempo con el caldo. Mañanas y tardes hasta perder la razón, la cabeza y la compostura. Y su boca se tuerce, su cuerpo fornido y gallardo se torna endeble, flácido, vencido. Las palabras dejan de salir conexas por su boca y ya sólo son un cúmulo de sonidos sin sentido, malsonantes, con olor a miseria y degradación. Y el dragón se fue convirtiendo en un desecho, ni dirige a sus hijos, ni asusta a sus enemigos, ni es amado por su Hada que ya ni le reconoce.
El licor de arroz destruyó su ser y se comió su alma mientras, aún mascando los restos de su miseria, se iba sumiendo en una melancolía infinita.
Amor silencioso
Nunca me has visto
Soy la suave luz del amanecer.
Tú siempre despiertas más tarde
Que mi amor puro.
Tú nunca me has escuchado.
Soy el murmullo de la noche
En los brotes del árbol.
Tú nunca te estableces.
Siempre te hallas en nuevos lugares.
Tú nunca me has reconocido.
Los rostros de tantas mujeres
Permaneces en tu memoria.
Ninguna de ellas tiene mi rostro.
Muchos pequeños pétalos
Han caído de tu mente.
Uno de ellos soy yo
Desde entonces la flor libera su fragancia.
Nguyen Bao Cahn. Vietnam 1999.
Las serpientes secas y lamidas quedan esparcidas por el suelo de la gruta, junto a ellas el vacío desolador de los cristales rotos del afamado líquido de arroz. Miserias que recuerdan en lo que se ha transformado el todopoderoso dragón.
Kim Sinh, ciego más aún por el dolor y el desgarro, afina las últimas cuerdas de su Dan-day. Y lágrimas de compasión se mezclan con las notas ausentes, lejanas, perdidas.
Ya no hay solución, y Au Co se aleja, rendida, a llorar su pena entre las aguas saladas del mar infinito, entre las altas montañas de su hermosa tierra. Su voz se calla, pierde el cántico, nada puede entonarle ya a su moribundo amante. Y en las noches lluviosas del monzón, el silencio sobrecogerá Vietnam.
Brindo por ella.
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