El Brindis
“La fuente de la ermita de Sonsoles”, Valeriano Domínguez Bécquer
Óleo sobre lienzo, Museo Nacional El Prado. (1867).
Atrás se quedan las murallas, entre solitarias y dormidas reposan la aventura de los siglos mientras partimos felices a celebrarlo a tus pies, ermita, lugar de encuentro, de descanso, de oración, pero también de fiestas, de bailes, de ofrendas, música y vida. Allí, en el verde prado que te circunda, en las tardes de domingo y en las fiestas, la sombra de los árboles nos acoge y, tan solo distraídos por el alegre repicar de tus campanas, nos damos con buen gusto al placer de los bailes y los ágapes.
El camino es soleado y divertido, entre campos sembrados de trigo, piedras de granito y el polvo de los años. Mojamos nuestros sudores en vinos nacidos entre estas tierras; una garnacha grana, olorosa, cuidada, embravecida por el frío y animada por los días de sol de las mañanas castellanas, otros, un verdejo afrutado, ácido y fresco, que alimenta mejor el espíritu que el cuerpo. El silbido de los hombres ameniza las horas hasta tu encuentro. Hoy, ataviados con nuestras mejores galas, hacemos un cariñoso homenaje a Charles Aznavour y entonamos alegremente “Venecia sin ti”, recuerdo de lo vivido y lo perdido, del amor pasado sin retorno, de las tardes de ti que ya son solo de mí. Uno a uno nuestros semblantes se llenan de amargura, regados por el vino que nos lleva al olvido. Uno a uno nuestros cantos se vuelven viciados y dolientes, y los caldos, macerados con horas de bota y de botijo, se cubren de la tierra más amarga y cogen un regusto a hiel y a cruel nostalgia.
Yo mojo mis mejores enaguas mojadas con sudor por los calores del camino al tiempo que se me van empapando las entrañas regadas por los caldos de las ánforas que llevamos colgadas a la espalda. El tiempo anima nuestras bocas y haciendo más leve la caminata. Con el paso de las horas, dados buena cuenta a los licores y sanadas las llagas, estalla la algarabía en tu casa.
Ahí, delante de mí.
¡Sonsoles, qué deseada!
Rima LV: Entre el discorde estruendo de la orgía
Entre el discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído,
como nota de música lejana,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor, que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
-¿en qué piensas? -me dijo.
-En nada… -¿En nada y lloras? -Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.
Gustavo Adolfo Bécquer.
La fuente nos recibe impertérrita bajo el mismo murmullo de sus aguas que ahora refrescan la cara, la boca y las almas, aliviando un poco del peso de los vicios.
El tiempo avanza a ritmo estable, sin tener en su haber nuestras vivencias, y cabalga al tempo de segundos que enseguida son horas, días, años y se lleva a su paso al mundo entero, y tras el encuentro la oración, el cante, el baile, las viandas devoradas con el ansia de la fiesta y las ganas, y el deseo de los restos del vino reposado, caliente y generoso que hace que a la vuelta olvidemos no solo el cansancio, también las penas, los dolores y los años.
Otro año tu valle volverá a adorarte, a acompañar la tarde de la ofrenda, a servirte en oración y salvas, pero ahora, ya de lejos, te despedimos bajo el abrigo borroso de las lágrimas.
Brindo, en silencio por el reencuentro.
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