Muchas veces pasamos por alto un sector de la moda que no puede ser más relevante y que sin esa porción de un look, la mayoría de nuestros estilismos o nuestras identidades no tendrían sentido.
Tan necesario como polémico es la figura del peluquero. Que por mucho que ahora llamemos estilista o hair dresser, no deja de ser quien te corta las puntas de vez en cuando. Bueno, quien le corta las puntas a todo el mundo menos a mi hermana, que presume de llevar diez años sin tocarse la melena.
Existe un peluquero que ha tenido más relevancia en el mundo de la moda que cualquier diseñador, estilista o fotógrafo. Guido Palau es un británico que es la definición perfecta de ser creativo.
Con una visión súper experimental y vanguardista desafía a la gravedad con sus texturas, volúmenes y formas que no dejan indiferente a nadie. Eso sí, con looks de infarto. Si más de una sale llorando de la peluquería de su barrio porque le han hecho algo diferente a lo que quería, que no se siente en la silla de nuestro Guido.
No solo se ha convertido en el peluquero por excelencia de todas las marcas de lujo, sino que es una persona con un don innato. Nadie consigue incrementar tu producto como él. Cualquier pasarela no tendría nada que ver con lo que vemos si sus modelos no hubiesen confiado en su técnica.
Su trabajo es la guinda del pastel de todos los desfiles y ha trabajado con absolutamente todas las personalidades relevantes que han protagonizado los editoriales de moda más significativos de los últimos años.
Tan camaleónico como talentoso, es capaz de adaptarse a todos los estilos. Lo mismo te hace un efecto mojado simple y elegante para Versace como te presenta una colección de peinados imposibles que rematen la colección de Yves Saint Laurent.
No sé muy bien lo que se estudia en las escuelas de belleza pero si yo fuese profesor, sin duda, se estudiaría a este artista. El Leonardo Da Vinci de las puntas abiertas.