Cuaderno de bitácora

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

La resistencia inquebrantable que quedó grabada en piedra


En el contexto de las Guerras de Religión, en 1730 una joven de 19 años, Marie Durand, era encarcelada por negarse a abandonar su fe protestante, comenzando un cautiverio cruelmente prolongado, que ocuparía la mayor parte de su vida. Se convertía así en un símbolo de resistencia, lo que le daría celebridad durante siglos.

El lugar elegido para el encierro se ubicaba en el corazón de la Camargue, en el sur de Francia: era la Torre de Constanza, en la localidad medieval de Aigues-Mortes perteneciente al departamento de Gard, situado en la región de Languedoc-Roussillon. Algunos creen que el nombre de la edificación hace honor a Constanza, la hija de Luis VI. Una torre inexpugnable, de casi 33 metros de altura y paredes de 6 metros de espesor, que impresiona al alzar la mirada hasta ella.

Aigues-Mortes, erigida sobre las orillas saladas de los estanques, fue un proyecto personal del rey Luis IX, el que pasaría a la posteridad elevado a los altares como San Luis. Deseaba dotar a su reino de una ciudad portuaria, para poder embarcarse desde allí hacia futuras cruzadas sin depender de las instalaciones marítimas de gobernantes extranjeros colindantes, como el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, que reinaba en Provenza, o el célebre Jaime I el Conquistador, que reconquistó Valencia en 1238, y ostentaba el Señorío de su ciudad natal de Montpellier además de regir sobre los territorios de la Corona de Aragón.

El monarca escogió un acertado emplazamiento: una pequeña porción de terreno perteneciente a la abadía de Psalmodi, que ofrecía una salida al mar entre las posesiones del emperador y las de Jaime I. El rey se apresuró a levantar los primeros monumentos a pesar de suponer un gran desembolso, pues tanto los materiales como la mano de obra eran importados, ya que la zona estaba entonces despoblada y no disponía de piedra. Los artesanos tallaron marcas de cantería en los bloques, para identificar su autoría en una época de anonimato de los artistas.

Así, Aigues-Mortes se consolidó como primer puerto de Francia en el Mediterráneo, no solo de índole militar sino también comercial, pues obtuvo el monopolio de todas las mercancías que entraban y salían del reino en 1278, situación preeminente que se mantuvo dos siglos, hasta anexionar Provenza a Francia en 1481.

Construida entre 1240 y 1248, la Torre de Constanza era un relevante componente de las fortificaciones impulsadas por el soberano para proteger la ciudad y su puerto estratégico, desde el que los ejércitos liderados por San Luis partieron hacia las cruzadas, y peregrinos y caballeros se dirigieron hacia Tierra Santa. En la costa, la torre afirmaba el poder real y marcaba la entrada a Francia.

En 1248, Luis IX zarpó desde Aigues-Mortes para la Séptima Cruzada que perseguía la reconquista de Jerusalén, un peligroso viaje que se extendió dos años y en el que fue hecho prisionero en Egipto. También fue el puerto de origen de la Octava Cruzada (1269), en la que San Luis encontraría la muerte en Túnez. En ninguna de sendas campañas militares ganaron las tropas cristianas.

En pocos años se erguían en Aigues-Mortes la Torre del Homenaje, la Torre de Constanza y el castillo, destruido en 1421, en la lucha entre los Armagnacs y los Borgoñones durante la Guerra de los Cien Años y que, una vez reconstruido, dio paso en el siglo XVII a la residencia del gobernador. Originariamente, la torre y el castillo estaban defendidos por una empalizada de madera y un foso, del que solo se conserva la parte con forma anular que rodea la torre.

Desde ese momento empezó a asentarse población, estimulada por la generosa carta de privilegios concedida por el rey en 1246 para quienes se instalaran allí, otorgando a la urbe una organización de consulado.

En 1266, Luis IX inicia la construcción de murallas alrededor de la ciudad, terminadas unos treinta años más tarde, bajo el reinado de su nieto Felipe el Hermoso, y que hoy se han conservado íntegramente en su perímetro de 1.643 metros. Luis IX quiso dotar a su ciudad de murallas para protegerla de los enemigos y de los vientos que traían arena a las calles, para lo que obtuvo del Papa y señores vecinos permiso para la exacción del impuesto llamado del centavo por libra, sobre las mercancías que recalaran en la ciudad.

Luis IX, muerto en la cruzada de Túnez en 1270, no tuvo tiempo de ver realizado su sueño. Su hijo, Felipe III el Temerario, encargó las obras al genovés Guillermo Boccanegra, quien aceptó a cambio de cobrar la tasa del puerto. Pero Boccanegra murió en 1274 y sus herederos renunciaron a continuar la empresa. En 1278, Felipe III cimentó un muelle de piedra a lo largo del canal frente a la villa, para acortar la distancia con el punto de fondeo de los barcos. Las lentas obras no habían finalizado cuando las naves del almirante catalán Roger de Lluria atacaron el puerto en 1285 y se apoderaron de los barcos amarrados y sus mercancías. Este episodio dejó al descubierto la vulnerabilidad de la plaza y aceleró las tareas hasta conseguir rematar el recinto fortificado durante el reinado siguiente, el de Felipe IV.

En julio de 1538, Francisco I recibió en Aigues-Mortes durante tres días, con honores, al emperador Carlos V, buscando reconciliarse y obtener el ducado de Milán. Como parte de los acuerdos alcanzados, Francisco endureció su política contra el protestantismo, comenzando las primeras ejecuciones. Pero esta actitud de intransigencia y mano dura no impidió que el nuevo credo se extendiera rápidamente en el país vecino, especialmente en el sur.

Aigues-Mortes sería escenario de numerosos y cruentos enfrentamientos entre católicos y hugonotes. A partir de 1574, la ciudad quedó bajo dominio protestante. En 1576, el Edicto de Beaulieu de Enrique III concedía ocho lugares de seguridad en Francia a los protestantes, entre ellos Aigues-Mortes, lo que sería confirmado por el primer Borbón en ocupar el trono, Enrique IV, en el Edicto de Nantes, promulgado en 1598 para garantizar la libertad de culto. La ciudad conservó su guarnición de unos 2.000 hugonotes hasta 1622, cuando fue sitiada brevemente por Luis XIII y el cardenal Richelieu, y el gobernador protestante, Gaspard III de Coligny, duque de Châtillon, entregó al rey la ciudad a cambio de ser nombrado mariscal.

Tras la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV en 1685, poniendo fin a la no injerencia en materia religiosa, los hugonotes fueron perseguidos. Se instituyó el principio cuius regio, eius religio (el pueblo debe seguir la religión profesada por su príncipe), y los protestantes, para no exponerse a castigos, tuvieron que abandonar suelo francés, sin poder llevar consigo sus posesiones, o renunciar a su fe convirtiéndose al catolicismo.

En 1686 los primeros protestantes fueron recluidos en la Torre de Constanza, un cilindro de 22 metros de ancho con cuatro niveles, a los que se accede por una escalera de caracol, y dos entradas.

La planta cilíndrica, ya desde Felipe II Augusto, estaba reservada solo para las torres principales de los reyes de Francia, no pudiendo nadie más construir inmuebles con dicha traza. La parte superior de la Torre de Constanza, rematada por una linterna metálica, era una especie de jaula en la que ardía el fuego, conformando un faro que señalaba el puerto a los barcos, día y noche.

En la mayoría de los casos, los presos eran mantenidos en la torre solo durante un breve período. Los hombres con mejor condición física eran destinados a galeras y llevados a Tolón, y las mujeres jóvenes enviadas a las colonias, con la pretensión de casarlas con colonos católicos. Los demás, pronto eran trasladados a prisiones de Montpellier y Nîmes o al fuerte de Brescou.

En la Torre de Constanza las mujeres eran retenidas en la habitación inferior, considerada más higiénica, y los hombres en el primer piso. Se permitía salir a la terraza para tomar el aire y escapar de la atmósfera viciada de un espacio hacinado sin apenas ventilar. Sólo se les proporcionaban pan y paja como lecho, y podían extraer agua del pozo situado en medio de la sala. Quienes estaban en disposición de ello, pedían ayuda externa o utilizaban recursos propios para conseguir alimentos. Las condiciones allí eran particularmente difíciles, de calor extremo en verano y frío intenso en invierno. Muchos murieron por epidemias, desnutrición o malos tratos, y muchos otros perdieron la cordura o sufrieron ceguera por la falta de luz.

Marie Durand se convirtió el emblema de los cautivos de la torre, encarnando la resistencia a la intolerancia religiosa. Originaria de la aldea de Bouschet de Pranles, en Ardèche, fue aprehendida con 19 años.

En 1729, para presionar a la familia con el objetivo de apresar al pastor protestante Pierre Durand, hermano de Marie, el intendente real encarceló al padre, Étienne Durand, en Fort Brescou. Pierre había organizado una asamblea clandestina en 1719 y, denunciado por un vecino, pasó a ser pastor itinerante, modo en que eludió la persecución varios años.

En 1730, Marie y su marido, Matthieu Serres, fueron arrestados. Él fue destinado a Fort Brescou y Marie a la Torre de Constanza. Pierre fue prendido en 1732, juzgado sumariamente en Montpellier y ahorcado allí el 22 de abril.

Matthieu Serres permaneció encerrado 20 años, y su suegro 23. Marie salió mucho peor parada: estuvo recluida casi los mismos años que ambos, pero sumados.

Varias mujeres fueron detenidas embarazadas y se produjeron cuatro alumbramientos en la torre. Su coraje y fortaleza de espíritu granjearon a Marie gran influencia sobre sus compañeros, dándoles ánimos y sosteniéndolos frente a las tentaciones de abjurar, el camino por el que los prisioneros podían abandonar la torre. De todas las mujeres allí ingresadas, solo 8 apostataron entre 1735 y 1743.

Una inscripción grabada en la piedra del borde del pozo de la torre se atribuye por tradición, aunque sin certeza documental, a Marie Durand. Es la palabra, escrita en letras mayúsculas, REGISTER (resistir en occitano).

Durante su cautiverio, Marie escribió a las autoridades francesas y extranjeras para intentar suavizar la política del Estado hacia los protestantes. Se conserva parte de esta correspondencia, unas cincuenta cartas, que arrojan luz sobre la miserable existencia en la torre: súplicas de ayuda, expresión de gracias a los pocos donantes, noticias al pastor Paul Rabaut de Nîmes, y misivas que mandó a partir de 1751 a su sobrina Anne Durand, la hija de su hermano ajusticiado Pierre, que vivía refugiada en Ginebra, donde se exiliaron muchos protestantes, y quien consiguió autorización para visitar a su tía un mes entero, en julio de 1759. También han llegado hasta nuestros días las listas de nombres de sus compañeras de infortunio que elaboró.

En enero de 1767, Charles-Juste, príncipe de Beauvau, nuevo gobernador del Languedoc, llegó a Aigues-Mortes trayendo aires de esperanza. Las 11 mujeres que quedaban presas no fueron todas liberadas inmediatamente, porque se debía proceder caso por caso, pero comenzó el principio del fin.

Después de 38 años en la Torre de Constanza, Marie fue excarcelada el 14 de julio de 1768, con su salud muy mermada; se retiró a su localidad natal, donde aún hoy se puede ver la casa familiar, y murió en condiciones de penuria económica ocho años después, en septiembre de 1776, a la edad de 65 años. Al absolutismo le restaban solo 13 años de su secular trayectoria; en 1789 llegaría la Revolución Francesa, que Marie no pudo ver. Irónicamente, la toma de la Bastilla se produciría otro 14 de julio, hoy la fiesta nacional francesa.

El 27 de diciembre de ese mismo año, las dos últimas reclusas abandonaron la Torre de Constanza, que ya no albergaría ningún prisionero de conciencia más.

Hoy es un edificio majestuoso, testigo de dignidad y resiliencia ante la adversidad, que recorta su gallarda silueta ante las aguas rosadas de las salinas, asomando a lo lejos para dar una nota de color a la memoria de un pasado que los seres humanos tiñeron de negro.

Fotografías: Gabriela Torregrosa