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Todos estamos locos: La Pianista y el patriarcado


La película de Michael Haneke La Pianista pone en cuestión las concepciones culturales del sexo de los últimos cincuenta años y explicita como el comportamiento sexual (en teoría perteneciente a la vida privada) afecta cómo se nos percibe en la vida pública, ayudando especialmente a construir las identidades de género.


 El comportamiento sexual es un asunto clave en todas las sociedades. Si hay algo considerado como “sexualmente aceptable”, ¿qué es? ¿Cambia con los años? El caso es que sí, y que, de hecho, este cambio está relacionado con la evolución de los roles de género. Si hace un siglo el “sexo malo” era todo aquello no orientado hace la reproducción, hoy creemos –o decimos creer– en una sociedad sexualmente libre. Sin embargo, la película de Haneke muestra que no.

 

La protagonista, Erika, como Robin Wood la describe, está “atrapada entre dos extremos”, y su actitud consiste en una revisión de la historia sexual occidental de los últimos cien años (100). Su madre es autoritaria y estricta, regañando a una mujer adulta por llegar tarde a casa y comprar lo que ella define como “un vestido provocativo”. Ya que tradicionalmente tanto los hombres como las mujeres han sido conscientes del poder que estas tienen sobre ellos (el poder de excitarlos sexualmente), los hombres han querido controlar este poder a través de las instituciones del patriarcado, esto es, el matrimonio, la heterosexualidad y la amenaza de violación, ejerciendo la fuerza y la culpa para desposeer a las mujeres de su propia sexualidad, haciéndoles creer que no deben disfrutarla, que es algo sólo para los hombres (Tong 109).


 Pero si se ha tenido éxito en esta empresa, ha sido porque el patriarcado ha contado con una fuente básica de apoyo: la figura de la madre como instructora de valores para preservar y extender las normas patriarcales. La madre de Erika es extremadamente estricta con ella, haciéndole imposible llevar una vida normal o incluso flirtear en una reunión social, a las que siempre va acompañada por su madre. Los pequeños actos de rebelión de Erika (ver pornografía en una cabina, ver a parejas tener sexo en el coche en cines al aire libre, hacerse cortes con una navaja en los genitales) no tiene éxito porque son secretos; sólo le infligen más dolor.


 Erika termina asumiendo el rol de su madre cuando es profesora –es severa, directa, represora, cruel con sus alumnos– y en su primer encuentro sexual, cuando castiga a Walter Klemmer, un estudiante enamorado de ella, a no llegar al orgasmo. Walter Klemmer es un joven inocente, supuestamente (por la generación a la que pertenece) sexualmente liberado, que quiere establecer una relación monógama tradicional con su profesora de piano a través de cortejarla y tener con ella “buen” sexo dentro de las normas de conducta sociales. Aunque supuestamente vivimos en una cultura “sexualmente liberada”, el sexo se sigue tratando de una manera en la que otras necesidades básicas como la comida o dormir no se tratan, señala Wood (56). Es más, muchos prejuicios y etiquetas para actitudes sexuales aún existen, y el contenido explícito no se muestra salvo en la pornografía, que tiene ciertas connotaciones en sí misma: sexo porque sí, normalmente violento, sin emociones o afectos, para los hombres, como el que Erika ve en cabinas y después imita en el baño con Walter. De no ser así, esta película incluiría sin problemas escenas de sexo completas, y las parejas que tienen sexo en el cine lo estarían haciendo en casa sin ningún problema, como cualquier otra actividad. En efecto, esta llamada “liberación sexual” puede ser otra forma oculta de represión (op. cit. 55).


 La segunda vez que Walter y Erika están juntos, Erika le da a Walter una carta profusa en detallas de lo que quiere que sea su próximo encuentro sexual, a saber, sexo sadomasoquista profundamente violento en la habitación donde su madre pueda oírlos y finalmente verlos. Su escritura puede tener dobles estándares, ya que en un sentido significa reconocer sus propios deseos en un medio físico y permanente; por otro lado, se está ahorrando la vergüenza de tener que recitarlos en voz alta. Estos deseos, probablemente tomados de una mezcla de porno extremo más años de represión por parte de su madre, sorprenden aterrorizan a Walter profundamente. En efecto, es extraño que una de las cosas que más miedo nos dan y que se dan en el caso del sexo entre desconocidos es el anonimato: ser tratado como un objeto, que nuestro compañero no tenga interés alguno en nuestra persona. Sin embargo, encontramos que tenemos que distanciarnos de nosotros mismos en el sexo porque no queremos que se nos relacione con nuestros yoes públicos y familiares: cuando tenemos sexo no somos hijos, estudiantes, trabajadores, padres ni cuidadores; no podemos ser, ya que sería impensable que nuestros padres nos vieran en el acto sexual. Lo privado y lo público se mezclarían y colisionarían. Ser hija automáticamente excluye a Erika de cualquier actividad sexual. Por lo tanto, tener sexo delante de su madre significaría personalizarlo, convertirse en sí misma de manera completa. hija, profesora de piano, Erika. No sólo somos nosotros mismos de manera individual, sino que nos convertimos en nosotros a través de nuestras relaciones sociales.


 A Walter le asquean y le excitan a la vez los deseos de Erika, pero al principio rechaza satisfacer estos deseos y le llama enferma, perdiendo todo su respeto hacia ella. El amor implica respeto, así que ya no puede amarla, pero puede sentirse excitado por ella como “mujer fatal”, la mujer que quiere aprovecharse de los hombres (tener poder sobre ellos) a través de sus debilidades sexuales. Así, se siente provocado y acaba violándola y echándole la culpa de sus actos, ejemplificando la violencia y la misoginia en nuestra sociedad hoy en día: culpar a la víctima, porque ella lo provocó, porque se lo merecía, porque fue inevitable. Y ella cree que lo merecía, tanto como los castigos de su madre, pues al querer iniciar un tipo de relación (el que sea) con Walter, no sólo le ha contrariado a él, sino la lealtad hacia su madre, con quien intentará arreglarlo después intentando hacer el amor con ella, que la rechaza y la llama loca.


 A pesar de todo, Erika vuelve a intentar entablar relación con Walter, pero fracasa otra vez: se siente asqueada cuando le practica sexo oral y vomita, hundiendo el orgullo de Walter. Ella ha aprendido a desear y a sentirse asqueada por el sexo al mismo tiempo, y al final son las normas de la cultura y su socializador, esto es, su madre y primer agente culturizador, lo que tiene más peso sobre su comportamiento sexual. Está sola. Al final, se castiga a sí misma impidiéndose volver a tocar el piano nunca más, y además hiere a la nueva joven aspirante a pianista, tanto por flirtear con Walter como para salvarla de la vida que ella ha tenido.


 La pregunta que Erika le hace a Walter, “¿Te doy asco?” es más bien una pregunta para la audiencia (Woods 59). En realidad está preguntando: ¿No te das asco? Sus acciones pueden parecernos locas y alejadas de nosotros, pero en el fondo, todo podemos llegar a sentirnos identificados con ella. Erika es la puesta en escena de nuestra represión sexual en una cultura malsana, del choche del deseo con la norma y la imposibilidad de crear nuestra propia identidad sexual libremente, sin culpa o imposiciones de género. Hasta que esto sea posible, todos estamos locos.

 

Bibliografía:
La Pianiste. Dir. Michael Haneke, 2001. Film Still.
Tong, R. “Radical Feminism on Gender and Sexuality”. Feminist Thought: A More Comprehensive Introduction. Boulder: Westview Press, 2009.
Wood, R. “’Do I disgust you?’ Or, Tirez pas sur la Pianiste”. Cineaction 59. 2002: 54-61. Print.